Todos los medios
del arte se destinan a provocar el efecto. Se trata de afectar al alma del
espectador a través de su imaginación, lo que se hace desde antiguo: provocar
sensaciones para conmover al espectador, suscitar un efecto de pathos. Una emoción es el resultado de
unos estímulos, externos o internos, que reaccionan en la persona a partir de
un fuerte componente inconsciente, ahora bien, siempre a partir de un
conocimiento formado que no puede ser controlado. El crecimiento de los saberes
pertenece a una realidad donde se engloban todas las manifestaciones de la vida
a las que se ha tenido acceso, convirtiéndose el hombre en esclavo de su
existencia anterior. La emoción necesita, así, de cierta autodeterminación
intelectual, basada en gran medida en la observación, causa primera del
conocimiento. “- Ahora digo –dijo a esta sazón don Quijote- que el que lee
mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho”.
Esta primera observación, pequeños retazos llegados a la persona poco tiempo
antes, unida a su propio bagaje, genera en ella un estado de seguridad que
aumenta de manera más o menos proporcional a la que cobra nuevos sentimientos, haciéndose
extensibles estos saberes particulares a otros ámbitos de carácter más general,
y no necesariamente conocidos, alcanzando en muchos casos un alto grado de
acierto. De esta manera, aquella persona que durante alguna etapa de su vida se
dedique a caminar por el monte no solo tendrá un análisis puramente óptico de
lo que haya en el lugar, sino que alcanzará a comprender que una determinada
planta germina en un determinado espacio por unos condicionantes que desconoce
pero que, aun así, es capaz de transpolar este conocimiento in docto a otro espacio no experimentado
por él. Será una ley de asociación donde la erupción de ideas no ocurre
arbitrariamente, sino mediante unos caminos trazados por el propio devenir de
la acción, esto es, a partir de asociaciones sensoriales de imágenes. Apunta a
un principio muy característico de la teoría romántica del conocimiento, donde
los supuestos del espíritu tienen la capacidad de realizar la naturaleza.
Formulaciones teóricas pueden, con todas las connotaciones existentes,
adelantarse a su constatación experimental, adelantarse a la naturaleza. El
individuo se autoafirma y se vuelve vivo.
Es como si el pensamiento adquiriese fuerza al tantear la posibilidad de su
existencia material, física, e hiciese tambalear la torre
de la norma
mediante una mayor participación del sentimiento.
Caspar David Friedrich, Paisaje de montaña con arcoiris, 1809-1810. Essen, Museo Folkwang.