jueves, 31 de mayo de 2012

La nueva fe

Todos los medios del arte se destinan a provocar el efecto. Se trata de afectar al alma del espectador a través de su imaginación, lo que se hace desde antiguo: provocar sensaciones para conmover al espectador, suscitar un efecto de pathos. Una emoción es el resultado de unos estímulos, externos o internos, que reaccionan en la persona a partir de un fuerte componente inconsciente, ahora bien, siempre a partir de un conocimiento formado que no puede ser controlado. El crecimiento de los saberes pertenece a una realidad donde se engloban todas las manifestaciones de la vida a las que se ha tenido acceso, convirtiéndose el hombre en esclavo de su existencia anterior. La emoción necesita, así, de cierta autodeterminación intelectual, basada en gran medida en la observación, causa primera del conocimiento. “- Ahora digo –dijo a esta sazón don Quijote- que el que lee mucho y anda mucho, vee mucho y sabe mucho”. Esta primera observación, pequeños retazos llegados a la persona poco tiempo antes, unida a su propio bagaje, genera en ella un estado de seguridad que aumenta de manera más o menos proporcional a la que cobra nuevos sentimientos, haciéndose extensibles estos saberes particulares a otros ámbitos de carácter más general, y no necesariamente conocidos, alcanzando en muchos casos un alto grado de acierto. De esta manera, aquella persona que durante alguna etapa de su vida se dedique a caminar por el monte no solo tendrá un análisis puramente óptico de lo que haya en el lugar, sino que alcanzará a comprender que una determinada planta germina en un determinado espacio por unos condicionantes que desconoce pero que, aun así, es capaz de transpolar este conocimiento in docto a otro espacio no experimentado por él. Será una ley de asociación donde la erupción de ideas no ocurre arbitrariamente, sino mediante unos caminos trazados por el propio devenir de la acción, esto es, a partir de asociaciones sensoriales de imágenes. Apunta a un principio muy característico de la teoría romántica del conocimiento, donde los supuestos del espíritu tienen la capacidad de realizar la naturaleza. Formulaciones teóricas pueden, con todas las connotaciones existentes, adelantarse a su constatación experimental, adelantarse a la naturaleza. El individuo se autoafirma y se vuelve vivo. Es como si el pensamiento adquiriese fuerza al tantear la posibilidad de su existencia material, física, e hiciese tambalear la torre de la norma mediante una mayor participación del sentimiento.

Caspar David Friedrich, Paisaje de montaña con arcoiris, 1809-1810. Essen, Museo Folkwang.